La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
Benedicto XVI
Acá en México hay un serio problema con la cantidad de personas que están pidiendo dinero en la calle; un gran porcentaje haciendo realmente un negocio de ello. Por eso en muchas ocasiones, incluso en la misma iglesia nos dicen que no les demos dinero en la calle, porque además fomentamos el que esas personas no busquen trabajo ni quieran salir de eso, sino que lo donemos a instituciones especializadas, a los grupos que se encargan de ello, etc. Por eso, de alguna manera, salvo muy contadas excepciones, evitamos dar dinero a nadie que lo pida en la calle y mucho menos si se trata de un restaurant donde estamos ingiriendo alimentos y no es recomendable andar agarrando dinero.
El asunto es que, desde que entramos en Cuaresma, por todos lados escuchamos decir que hay que practicar ayuno, hacer oración y dar limosna.
Ayer estabamos mis hijas y yo, desayunando en un restaurancito pequeño que está cerca de la casa, después de su festival de primavera de donde venían acaloradas y cansadas. Yo les había dado unas monedas para que se compraran algo en la escuela, pues iba a haber venta de refrescos y otras cosas y mi hija mayor había apartado 5 pesos para comprarse algo en la tienda por la tarde.
Nos encontrábamos ya disfrutando de unos ricos antojitos veracruzanos, cuando entró al establecimiento un señor con una guitarra y empezó a cantar, obviamente, para poder pedir después una cooperación.
Después de que cantó, pasó por cada mesa pidiendo la respectiva dádiva y cuando llegó a la nuestra, yo le dije que no tenía para darle, recordando siempre aquella "regla" de la que les platicaba al principio. El señor me dio las gracias y se dio la vuelta. Pero antes de que cualquiera de los dos (el señor y yo) pudiéramos darnos cuenta de qué era lo que pasaba, mi hija se paró de su asiento y le dió su moneda que estaba guardando para su golosina vespertina.
El señor le dio las gracias y a mí se me atragantó el bocado. De un solo plumazo, la niña me ganó la partida con dos cosas: su ayuno de la golosina que se pensaba comprar y la limosna de la única moneda que le quedaba para ella.
En momentos así, entiendo porque se nos pide que seamos como niños:
* Para no tomarle demasiado aprecio a nuestro dinero, aunque sea la última moneda;
* para no hacer mucho caso de quienes nos dicen "no hagas el bien aquí, mejor hazlo acá";
* para no aferrarnos demasiado a nuestros antojos y poner siempre el "yo quiero" por encima de todo y de todos.
Lo que mas me gustó del asunto, es que para ella no fue nada extraordinario, nada que mereciera platicarse, presumirse, anotarse: No comentó nada con su hermana y no se quejó después porque ya no pudo ir a la tienda. Tampoco pidió mas dinero mas tarde. Fue algo de lo mas normal. Como debería de serlo para mi también.
2 comentarios:
Pues si, yo me he visto en muchas ocasiones aleccionada por mis hijos. Y me recuerdan como era yo a su edad,hecho en falta en mi esa forma de ser.Mas activa y menos planificadora. Jesús supo bien lo que dijo al decir:dejad que los niños se acerquen a mi.
Los niños son una bendición Mento. Todos los dias tienen algo que enseñarnos.
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