jueves, 25 de marzo de 2010

VI. ENCUENTRO CON CRISTO RESUCITADO

El tiempo de cuaresma constituye un camino hacia Cristo resucitado. Los cuarenta días de reflexión, oración y penitencia están en función del encuentro pascual que la Iglesia celebra lo más solemne posible, dándole un espacio de cincuenta días.
De la importancia que le damos a esta preparación depende el gusto que sentirnos en nuestro encuentro con el resucitado. Cuanto más limpios de nuestras miserias y adornado por las obras de caridad, tanto más grande será la fiesta de nuestra Pascua.
Pero la Pascua, para el cristiano, no es la celebración de una fecha, sino una forma de vivir con Cristo vivo. Nuestras relaciones con Él deben ser vivas y personales. La Pascua nos habla del triunfo de Cristo sobre la muerte y de la realización de su promesa: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20).
Cristo murió para salvarnos, pero luego resucitó y no ha vuelto a morir. La resurrección dio a su cuerpo las características propias del espíritu de Dios, por eso está presente en todas partes para llenarnos de su fuerza y de su amor.
Este misterio pascual nos invita a cambiar nuestra forma de relacionarnos con él: nuestras oraciones no pueden ser dirigidas hacia un cielo lejano y vacío, sino hacia Alguien que está dentro de nosotros y nos ama.
Esta relación tan íntima y profunda nos lleva a realizar una experiencia de Dios, cada día más fuerte, que se desbordará en obras de caridad.
Si no vivimos nuestra religiosidad en una auténtica relación con el Señor, no somos cristianos, es decir, no tenemos el espíritu de Cristo en nosotros. Si no podemos afirmar, por lo menos debemos desear lo que San Pablo declara de su vida: “Con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mi” (Gál. 2, 20).
Hay que superar la mentalidad equivocada que tienen la mayoría de los cristianos de que vivir en sintonía con el Señor es solamente cosa de algunos, que llamamos santos. Cristo no vino a trazar un camino para algunos, sino para todos. Es verdad que no todos estamos llamados al mismo grado de santidad. Y además, ser santos no quiere decir ser hombre perfecto, sino hombre que tiende a la perfección. Todo tipo de miserias no debe truncar ese anhelo de vivir relacionados con Cristo, sino propiciarlo, sintiéndonos dolorosamente necesitados de Él.
Unas veces nos dirigimos a Él para darle las gracias por todo lo que nos comparte; otras veces, para pedirle perdón de las faltas cometidas; y otras más para pedirle ayuda en nuestro esfuerzo de superación.
Debemos vivir y promover, sobre todo con el testimonio, una relación viva y actual con quien vive y nos ama. Nuestras angustias y alegrías, nuestros trabajos y proyectos debemos vivirlos con el Resucitado para experimentar la fuerza de su amor para con nosotros.
Los hombres, por no relacionarse con el Señor como con una persona viva y amiga, practican una religión abstracta y sin fuerza. Es necesario, sobre todo en los tiempos actuales de egoísmo desbordante, que participemos a los demás, en vez de nociones religiosas, una experiencia fuerte de Cristo. San Juan, en su primera carta, nos da un ejemplo de enseñanza: “Lo que hemos visto y oído se los damos a conocer, para que estén en comunión con nosotros, con el padre y con su Hijo Jesucristo” (Jn. 1, 3).
Vayamos, en esta cuaresma, al encuentro de Cristo resucitado para hacer una experiencia fuerte de su amor, dejándonos iluminar por su palabra y calentando nuestro corazón con su amor. Es una exigencia para vivir de veras nuestro cristianismo y para capacitarnos en la evangelización.


Pensamientos:
“La idea de que Cristo vive y actúa entre nosotros, debe revitalizar nuestro ideal. No estamos al servicio de un Cristo muerto, sino de un Cristo vivo, que se nos ha manifestado muchas veces”.
“Procuremos dejarnos transformar por la alegría que viene de Jesucristo el Señor, para manifestar la riqueza de su amor”
“El punto de partida de nuestra vida es el momento del encuentro con Cristo resucitado”


Preguntas:
¿Mi cristianismo está hecho de relaciones con un Cristo resucitado o con un Cristo indiferente?
¿Cómo me preparo para vivir el encuentro pascual con Cristo resucitado?
¿Qué tengo que cambiar para que Cristo realice sus maravillas de amor en mi vida y, por medio mío, en muchas otras personas?


Oración:
Señor, quiero vivir una religión viva, hecha de relación confiada con las tres personas de la Santísima Trinidad.
No permitas que nunca me duerma en mi soledad, para que el demonio no aproveche de mi debilidad. Dame la fuerza de tu amor para que siempre esté en pos de Jesucristo resucitado.
Te lo pido padre Santo, por los méritos de tu mismo Hijo y por intercesión de María, que siempre estuvo unida afectivamente con Él.

2 comentarios:

ARCENDO dijo...

Sensible y profunda REFLEXIÓN, como todas las tuyas. Gracias por ella y por TODOS tus detalles. BESOS.

Unknown dijo...

Hola Arcendo, qué gusto saludarte. Gracias por tus palabras. Solo aclaro que la reflexión no es mía, sino del Padre Luis Butera.
Y por lo que se refiere a TODOS mis detalles, la verdad es que me gusta compartir y relacionarme con mis amigos. Te deseo lo mejor, hoy y siempre.