domingo, 16 de mayo de 2010

16. SEÑORA DEL SILENCIO


Madre del Silencio y de la Humildad,
Tú vives perdida y encontrada
en el mar sin fondo del Misterio del Señor.

Eres disponibilidad y receptividad.
Eres fecundidad y plenitud.
Eres atención y solicitud por los hermanos.
Estás vestida de fortaleza.

En Ti resplandecen la madurez humana
y la elegancia espiritual.
Eres señora de Ti misma
antes de ser señora nuestra.

No existe dispersión en Ti.
En un acto simple y total,
tu alma, toda inmóvil,
está paralizada e identificada con el Señor.

Estás dentro de Dios y Dios dentro de Ti.
El Misterio Total te envuelve y te penetra,
te posee, ocupa e integra todo tu ser.

Parece que todo quedó paralizado en Ti,
todo se identificó contigo:
el tiempo, el espacio, la palabra,
la música, el silencio, la mujer, Dios.
Todo quedó asumido en Ti, y divinizado.

Jamás se vio estampa humana
de tanta dulzura,
ni se volverá a ver en la tierra
mujer tan inefablemente evocadora.

Sin embargo, tu silencio no es ausencia
sino presencia.
Estás abismada en el Señor,
y al mismo tiempo,
atenta a los hermanos, como en Caná.

Nunca la comunicación es tan profunda como
cuando no se dice nada, y nunca el silencio 
es tan elocuente como cuando nada se comunica.

Haznos comprender
que el silencio no es desinterés por los hermanos
sino fuente de energía e irradiación;
no es repliegue sino despliegue,
y que, para derramarse,
es necesario cargarse.

El mundo se ahoga
en el mar de la dispersión,
y no es posible amar a los hermanos
con un corazón disperso.

Haznos comprender que el apostolado,
sin silencio, es alienación;
y que el silencio, sin el apostolado,
es comodidad.

Envuélvenos en el manto de tu silencio,
y comunícanos la fortaleza de tu Fe,
la altura de tu Esperanza,
y la profundidad de tu Amor.

Quédate con los que quedan,
Y vente con los que vamos.

¡Oh Madre Admirable del Silencio!

Padre Ignacio Larrañaga
VIRGEN PRUDENTÍSIMA
 ¡OH SEÑORA MÍA, Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti; y en prueba de mi amor de hijo te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, Madre buena, guárdame y defiéndeme como hijo y posesión tuya. Amén


 

2 comentarios:

AleMamá dijo...

¡Qué bueno está ésto!:
"Haznos comprender que el apostolado,
sin silencio, es alienación;
y que el silencio, sin el apostolado,
es comodidad"

Te leo

Unknown dijo...

Fíjate Ale que la frase que mas me llamó la atención cuando conocí esta oración, es precisamente la misma que escribes ahora.
Al principio me costó trabajo entenderla, pero después de estudiarla bien, palabra a palabra, me dí cuenta que incluso yo había experimentado esto cuando trabajaba en el grupo de jovenes hace muchos años. Llegué a involucrarme tanto y me gustaba tanto que en algún periodo dejé de lado la oración, esos momentos de silencio en Su compañía y fue precisamente cuando menos me entregué al apostolado, cuando más problemas tuve, cuando mas "ruido" había en mi corazón. En el momento en que retomé el silencio y la oración, regresaron los frutos del Señor.