Hace unas semanas he terminado de leer un libro estupendo que se llama "Criadas y Señoras" de Kathryn Stockett. Si no lo han leído, se los recomiendo ampliamente. Pero más allá de la novela, la trama, los personajes, que son entrañables y algunos super odiados -del tipo inolvidable-, la verdadera historia, la que sí sucedió, realmente es la que deja horrorizados a propios y extraños. Los niveles extremos a los que llegó el racismo en el Sur de Estados Unidos, aunque hayan pasado los años, siguen dejando sin aliento cada vez que se conocen historias y experiencias vividas incluso de primera mano. A veces, lo más increíble es darse cuenta que apenas hace 50 años estaba en pleno apogeo semejante problema. Aunque, si lo pensamos detenidamente, ¿por qué nos podría horrorizar tanto si hoy día seguimos viviendo y conociendo las más tétricas historias de terror con la extendida discriminación que hay en el mundo? Negros, blancos, morenos, judíos, católicos, cristianos, homosexuales, mujeres, niños, obesos, suramericanos, pobres, mexicanos (y aquí puede usted poner prácticamente cualquier gentilicio, según la parte del mundo en la que se sitúe), y por desgracia, un largo etcétera, sufren diariamente la discriminación actualmente, en pleno siglo XXI, "el siglo de la libertad, de la tolerancia, de la inclusión" valores y virtudes que se ven poco, incluso entre los que nos llamamos cristianos. Por eso el día de hoy, he querido compartir este famoso discurso, que seguramente ya han leído o incluso escuchado con anterioridad, pero que por desgracia, no pierde su vigencia incluso hoy, 49 años después. Tal vez sea un poco largo, pero créanme que de verdad vale cada una de las palabras pronunciadas.
El 28 de agosto de 1963
Martin Luther King brindó
su
discurso "Yo tengo un
sueño"
en los escalones del monumento
a
Lincoln en Washington D.C.
“Estoy feliz
de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la historia como la mayor
demostración por la libertad en la historia de nuestra nación.
Hace años,
un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la Proclama de
Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza
para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la
injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del
cautiverio.
Pero 100
años después, debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro todavía no es
libre. Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes
de la discriminación. Cien años después, el negro vive en una solitaria isla de
pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después
el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se
encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra.
Y así hemos
venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En un sentido llegamos a
la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de
nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la
Declaratoria de la Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo
estadounidense sería el heredero. Esta nota era una promesa de que todos los
hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de "Vida, Libertad
y la búsqueda de la Felicidad".
Es obvio hoy
que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos
de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro
un cheque sin valor que fue devuelto marcado "fondos insuficientes".
Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos
rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en
esta nación. Entonces hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dará
las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.
También
vinimos a este punto para recordarle de Estados Unidos de la feroz urgencia del
ahora. Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar
la droga tranquilizadora del gradualismo. Ahora es el tiempo de elevarnos del
oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la
justicia racial. Ahora es el tiempo de elevar nuestra nación de las arenas
movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad. Ahora
es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios.
Sería fatal
para la nación el no percatar la urgencia del momento. Este sofocante verano
del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño
revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio.
Aquellos que piensan que el negro sólo necesita evacuar frustración y que ahora
permanecerá contento, tendrán un rudo despertar si la nación regresa a su
rutina habitual.
No habrá ni
descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga
garantizados sus derechos de ciudadano. Los remolinos de la revuelta
continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el
esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente, que aguarda en el cálido umbral que lleva al palacio de la justicia: en el proceso de ganar nuestro justo lugar no deberemos ser culpables de hechos erróneos. No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en la violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de la resistencia a la fuerza física con la fuerza del alma.
Esta nueva
militancia maravillosa que ha abrazado a la comunidad negra no debe conducir a
la desconfianza de los blancos, ya que muchos de nuestros hermanos blancos,
como lo demuestra su presencia aquí hoy, se han dado cuenta de que su destino
está atado a nuestro destino. Se han dado cuenta de que su libertad está ligada
inextricablemente a nuestra libertad. No podemos caminar solos. Y a medida que
caminemos, debemos hacernos la promesa de que marcharemos hacia el frente. No
podemos volver atrás.
Existen aquellos que preguntan a quienes apoyan la lucha por derechos civiles: "¿Cuándo quedarán satisfechos?" Nunca estaremos satisfechos en tanto el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados con la fatiga del viaje, no puedan acceder a alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades. No estaremos satisfechos en tanto la movilidad básica del negro sea de un gueto pequeño a uno más grande. Nunca estaremos satisfechos en tanto a nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad por carteles que rezan: "Solamente para blancos". No podemos estar satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un torrente.
No olvido
que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y
tribulaciones. Algunos de ustedes apenas salieron de celdas angostas. Algunos
de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado
golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la
brutalidad policial. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo.
Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la
redención.
Vuelvan a
Mississippi, vuelvan a Alabama, regresen a Georgia, a Louisiana, a las zonas pobres y guetos de las ciudades norteñas, con la
sabiduría de que de alguna forma esta situación puede ser y será cambiada.
No nos
deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos,
que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo
un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano.
Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales.
Yo tengo un
sueño que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex
esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de
sentarse juntos en la mesa de la hermandad.
Yo tengo un
sueño que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado
por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de
libertad y justicia.
Yo tengo un
sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán
juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.
¡Yo tengo un
sueño hoy!
Yo tengo un
sueño que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un
gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la
anulación; un día allí mismo en Alabama pequeños niños negros y pequeñas niñas
negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas
blancas como hermanos y hermanas.
¡Yo tengo un
sueño hoy!
Yo tengo un
sueño que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada,
los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados,
y que la gloria del Señor será revelada, y toda la carne la verá al unísono.
Esta es
nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe
seremos capaces de esculpir de la montaña de la desesperación una piedra de
esperanza.
Con esta fe
seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una
hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos,
de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por
nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres.
Este será el
día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar
con un nuevo significado: "Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti
canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino,
desde cada ladera, dejen resonar la libertad". Y si Estados Unidos va a
convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad.
Entonces
dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire.
Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen
resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania! Dejen resonar la
libertad desde los picos nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde
los curvados picos de California. Dejen resonar la libertad desde las montañas
de piedra de Georgia. Dejen resonar la libertad de la montaña Lookout de
Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada topera de
Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad!
Y cuando
esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar
desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos
capaces de apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios,
hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos,
serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo spiritual
negro: "¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios
todopoderoso, ¡por fin somos libres!"
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