Hoy asistí a una terapia especial. No fue en un consultorio, o aula escolar. No fue en una charla entre amigos. No la llevó a cabo un psicólogo especializado. Simplemente nos encontrábamos dentro de un autobús (colectivo, guagua o camión, según le digan en tu país).
El chofer iba platicando acerca de su relación con su pareja y la familia de ésta. Mientras que otras dos personas (un hombre joven y una señora de mediana edad) escuchaban y daban su opinión acerca de lo que el primero decía. Sin embargo al final, se quedaron hablando los dos últimos. El señor tenía muchas cosas que decir acerca de su esposa (separada de él) y su hija. Al principio parecía una simple plática entre conocidos, pero después se convirtió en una verdadera terapia de grupo. Uno hablaba y los otros dos escuchaban y después opinaban y hasta aconsejaban.
Ya después de unos minutos, pude darme cuenta que quien más necesitaba hablar y tenía muchas cosas que decir era el hombre joven, pues hablaba de muchos ejemplos y realmente quería una opinión acerca de sus problemas. Y mientras tanto yo pensaba en cuántas personas hay por el mundo de esta manera, con este mismo problema, y no hablo precisamente del divorcio del señor (que ya es bastante común), hablo de la necesidad de ser escuchados. Cuantas personas andan por el mundo deseando tener a alguien con quien hablar, con quien desahogar sus problemas, sus dudas, sus necesidades, sus sueños, etc. Y yo pienso: ¿Qué no eran los amigos quienes cumplían esta función? ¿Qué no era mamá? ¿En qué momento dejaron de hacerlo?
Cuando yo era estudiante, recuerdo perfectamente que cuando tenía algún problema buscaba apresuradamente a alguna de mis amigas para platicar, para desahogarme, aunque no me ofrecieran prácticamente alguna solución, cuando menos me escuchaban y comprendían, que al fin y al cabo es lo que uno busca de manera inmediata. ¿Qué es lo que sucede hoy día?
Alguna vez le pregunté a una joven “¿Qué no hablas con tus amigas de estas cosas?” refiriéndome a los problemas normales que hay en una familia. Y su respuesta fue “No, con mis amigas solo hablamos de chicos, sexo y tonterías”.
Cuando viví en Canadá había algo que me llamaba la atención frecuentemente: los chicos en general no platicaban en el autobús. Solo iban callados o haciendo un relajo tremendo. Rayaban asientos o vidrios o compartían unos audífonos para escuchar música. El que más hacía (según yo) iba leyendo algún libro, pero hasta ahí.
¿Acaso los chicos ya no platican?
A mí me gusta mucho escuchar a la gente. Es una de las –tal vez- pocas virtudes que poseo, y cuando veo cosas así, me da la impresión de que hacen falta muchas personas que estén dispuestas a escuchar al hermano, al amigo, al vecino, al compañero de trabajo, al familiar, etc.
Tal vez por eso una de las profesiones más redituables en la actualidad sea la de psicólogo. Y no porque precisamente tengamos problemas muy graves o algún desorden que haya que atacar. Es porque simplemente deseamos ser escuchados por alguien.
4 comentarios:
Genial reflexión, hasta de las situaciones cotidianas más habituales pueden sacarse cosas positivas... ABRAZOS.
¡Cuanta razón tienes! ayer subí un post que -para que no sucediera- se necesitaba con urgencia calor humano.
Besos
Hola Arcendo: Tienes razón, creo que de alguna manera debemos andar con las antenitas bien puestas para poder captar todas las cosas maravillosas que podemos aprender de las cosas habituales que nos suceden o que les suceden a los que nos rodean.
Ale. Lo necesitamos con urgencia y para todos: para niños, adolescentes, adultos, ancianos. Es necesario que retomemos los valores fundamentales de la comprensión y la empatía. Y que escuchemos a los demás para que después podamos ser escuchados nosotros.
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