lunes, 18 de marzo de 2013

MAGNIFICAT



(Lc. 1, 39-56)
Y siguiendo con mi lectura cronológica de los Evangelios, llego a la visita de María a su prima Isabel y al Magnificat.
Siempre me ha llamado la atención la gran humildad que se despliega en este pasaje bíblico. Primero María, que no se envanece al saber que será la madre del Salvador y rauda y veloz toma camino hacia las montañas, en donde vive su prima para ayudarla. Lejos de asustarse, lejos de engrandecerse, o de guardarse por temor a la opinión de los demás, ella va hacia donde se le necesita, aún antes de ser llamada, aún antes de que Isabel pensara siquiera que podía necesitar de ella. Para mí, una gran lección que me enseña ahora cómo es mi mamá del cielo.
Y por otro lado Isabel, que siendo ya mayor, con humildad reconoce porque Juan “se lo avisó” desde el vientre y fue llena del Espíritu Santo, que el hijo de María es la madre de su Señor, nuestro Señor.
Lo que hoy conozco como El Magnificat, es una de las oraciones más bellas que he podido escuchar hacia Dios, y es en boca de María, porque además fue inspirada por el Espíritu Santo.

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