(Lc. 1, 39-56)
Y siguiendo con mi lectura
cronológica de los Evangelios, llego a la visita de María a su prima Isabel y
al Magnificat.
Siempre me ha llamado la atención
la gran humildad que se despliega en este pasaje bíblico. Primero María, que no
se envanece al saber que será la madre del Salvador y rauda y veloz toma camino
hacia las montañas, en donde vive su prima para ayudarla. Lejos de asustarse,
lejos de engrandecerse, o de guardarse por temor a la opinión de los demás,
ella va hacia donde se le necesita, aún antes de ser llamada, aún antes de que
Isabel pensara siquiera que podía necesitar de ella. Para mí, una gran lección
que me enseña ahora cómo es mi mamá del cielo.
Y por otro lado Isabel, que
siendo ya mayor, con humildad reconoce porque Juan “se lo avisó” desde el
vientre y fue llena del Espíritu Santo, que el hijo de María es la madre de su
Señor, nuestro Señor.
Lo que hoy conozco como El
Magnificat, es una de las oraciones más bellas que he podido escuchar hacia Dios,
y es en boca de María, porque además fue inspirada por el Espíritu Santo.
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