No queramos decir siempre la última palabra en las discusiones. A veces no nos resignamos a admitir que sea el otro quien concluye la conversación y queremos tener nosotros "el punto final". Sería hermoso aprender la bienaventuranza de quien, en determinado momento, sabe callar en la humildad, dejando que quizá sea el otro el que salga ganando, porque a fin de cuentas no es tan importante salir triunfador. Igualmente, no respondamos al mal con el mal. No solo las violencias físicas, sino también aquella malignidad "chiquita" de las conversaciones a la cual nos sentimos tentados a contestar con otras "malignidades pequeñas". Insinuaciones que quisieramos responder con otras insinuaciones; pequeñas alusiones ofensivas que asoman lamentablemente en nuestras conversaciones, a quienes sentimos la tentación de responder con otras ofensas. Todo esto va contra la mansedumbre cristiana, contra el espíritu de paz, contra la verdadera humildad; ofusca el corazón, recarga la mente, impide la oración, llena la fantasía de fantasmas y emociones confusas y pesadas. Con frecuencia no sabemos orar precisamente porque no nos hemos sabido abstener, en la conversación, de alguna malignidad, de expresar un juicio que nos hace aparecer como superiores a los demás. Así no disfrutaremos nunca de la bienaventuranza de la mansedumbre. Para vivir la mansedumbre además, hay que dar mucha atención a los que son más débiles, que son mansos por naturaleza porque son incapaces de defenderse: los ancianos a los que se les ayuda de modo superficial y con dureza; los migrantes solos y abandonados, de los cuales se abusa incluso en su trabajo. Jesús nos invita a alejar de nosotros esas actitudes vergonzosas y tener como única fuerza de apoyo, Su Gracia.
Tomado de
5 Minutos de Oración en el Hogar
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