No sé si sea cuestión de personalidad, pero nunca he estado de acuerdo en que las redes sociales son frías y distantes.
Ya en varias ocasiones he tenido oportunidad de comentar cuánta gente linda he conocido a través de las redes sociales y de qué manera ha ido creciendo el cariño por ellas. No culpo a aquellos que desconfían del internet, pero lamento que algunos no se den la oportunidad de conocer y relacionarse con personas interesantes, diferentes, espirituales, divertidas y sobre todo, con un gran corazón.
Aunque no he tenido oportunidad de conocer personalmente a nadie con quien interactúo en internet, sí he visto a algunos por video chat y con otros hemos llegado a compartir tanto momentos personales que es como si nos conociéramos o de plano ni nos haga falta hacerlo.
Todo esto viene a colación porque, con semejante relación, interacción y compartir de ideas, momentos y sentimientos a través ya de varios años con mis amigos, inevitablemente hemos compartido momentos importantes en nuestras vidas. Algunos de ellos muy tristes, como la muerte de algún ser querido: papás, abuelitos, primos, amigos; y más duro aún, hace unos meses, la muerte de una amiga propia, conocida por este medio y muy, muy querida y apreciada.
También hemos compartido momentos hermosos como viajes, cambios de empleo, proyectos exitosos, enfermedades superadas, finalizaciones de estudios y los mejores de todos: nacimientos de hermosos bebés; algunas veces son nietos y la más reciente, una beba hermosa, hija de una amiga muy querida.
El asunto es que, a pesar de lo que digan muchos, el internet sí puede ser un lugar cálido donde se puede conocer gente hermosa que nos haga crecer y acortar distancias para estrechar lazos que también ¿por qué no? nos hagan derribar estereotipos, barreras, miedos que son producto de la ignorancia.
Por eso cuando uno de esos amigos se encuentra imposibilitado para seguir en esa comunicación que nos ha hecho conocernos de una maneras o de otra, se siente igual que cuando tenemos a de nuestros amigos de la escuela, del trabajo, de la iglesia o simplemente que la vida ha puesto en nuestro camino.
Ese es el caso de mi amigo Arcendo, un bloguero muy prolífico al que conozco desde hace algunos años y al que he seguido, las más de las veces, desde la sombra, puesto que la escaces de tiempo me impide dejar todos los comentarios que yo hubiera querido en su blog. Sin embargo eso no ha sido freno para darme cuenta de la calidad de persona que es y del cariño y admiración que siento por él. Hoy Arcendo está enfermo, me he enterado que casi en calidad de grave. De hecho, ha estado luchando contra esta enfermedad desde hace unos meses y ella no ha querido dejarlo en paz. Hoy escribo estas lineas para desahogarme y -como en muchas ocasiones- para arrepentirme de las muchas veces que no pude dejar unas palabras en su blog. Hoy quisiera que él supiera lo mucho que me ayudó en diversas ocasiones a levantar el ánimo, a ver las cosas desde otra perspectiva, a revalorar mis cosas positivas y a encarar con valor y fe las cosas negativas que nos encontramos en la vida. Él me ha enseñado a llevar la enfermedad con altas y bajas, si; pero con mucho valor, entereza y dignidad, pero sobre todo con mucha fe en la voluntad de Dios, cosa que yo no hago ni con un simple dolor de muelas.
Pido a Dios con todo mi corazón, que Arcendo tenga la oportunidad alguna vez de leer estas lineas, y de enterarse que, aunque no he interactuado tanto como hubiera querido con él, de verdad lo llevo en mi corazón y hoy, lo llevo también en mis oraciones y en mis pláticas con Dios.
A mis amigos que me leen -sobre todo a los que no lo conocen- y que pasan por aquí a leer mis palabras de vez en cuando, les pido que lo pongan aunque sea un momento en sus oraciones en estos momentos críticos de su enfermedad. A lo largo de tantos años de conocernos nos hemos unido para tantas cosas, que es justo que hoy también nos unamos para orar.
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