San Lucas 2, 8-20
San Mateo 2, 1-12
Tres cosas me hacen reflexionar
con esta lectura: la adoración de los pastores, el viaje y adoración de los sabios de Oriente y la discreción de María.
La sencillez de unos pastores cuidando
de su rebaño no fue impedimento para que Dios enviara a sus ángeles a
comunicarles la buena nueva del nacimiento de nuestro salvador. A veces me ha
parecido que debo estudiar mucho, aprender mucho, hablar con palabras
espectaculares para poder dar testimonio de Aquel que ha hecho cosas buenas por
mí. Y pasajes como éste, me demuestran que Dios escoge a los sencillos
precisamente porque puede llenar sus corazones solamente de Su esencia.
Por otro lado, de Oriente vienen
unos sabios.
Obviamente no son judíos, y vienen desde lejos para conocer a Aquel
que ellos han sabido que sería importante en la historia. A mí me llama la
atención que desde los más humildes hasta los más sabios acuden a la presencia
de Jesús, esto me enseña que nadie está exento de conocerlo que, Jesús no es
exclusivo de nadie, que Él vino a salvar a todos los hombres sin importar sus
creencias, su extracción social, su procedencia.
Es muy común que regularmente
caigamos en el error de menospreciar a los pobres, a los sencillos y humildes;
pero hay también quien menosprecia a los ricos, a los poderosos, a los que
tienen todo lo que yo no tengo. Pero Jesús me enseña que todo el que lo busca
es digno de estar en Su presencia.
María escuchaba, observaba y
aunque seguramente no tenía una explicación satisfactoria desde su punto de
vista, no preguntaba, no se exaltaba, no presumía o se asustaba. Guardaba todas
esas cosas en su corazón.
Ojalá pudiera ser un poquito como
María y dejar de estar cuestionando a cada rato las cosas que me pasan y las
que no me pasan. Agradecer lo que tengo y lo que Tú me das y guardar lo demás
en mi corazón.
Ruego porque el Espíritu Santo me
dé la sencillez, la fe y la obediencia de los pastores y la mansedumbre,
humildad y discreción de María.
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