miércoles, 24 de abril de 2013

CASUALIDADES IMPOSIBLES III



En esta tercera parte de CASUALIDADES IMPOSIBLES, conoceremos mas "coincidencias" que se han dado entre algunas personas -famosas o no- y algunos momentos de la vida real.
 
PREDECIR LA MUERTE

A Mark Twain pocos le hicieron caso. Su profecía tenía algo de siniestra y la gran fama que ya arrastraba sólo sirvió para que sus más allegados pensaran que todo se trataba de una pura excentricidad digna de un genio con ganas de más notoriedad. Sin embargo, él seguía empeñado en los últimos meses en vaticinar un hecho muy concreto. Huraño y preocupado, alejado del resto de los círculos intelectuales, barruntaba una única frase: "Yo nací con el cometa y me iré con él".
No fue hasta muchos años después cuando algunos biógrafos descubrieron la increíble coincidencia. Twain había fallecido por muerte natural al terminar el 21 de abril de 1910, en el preciso instante en que era perfectamente visible el paso del célebre cometa Halley.
Rápidamente muchos echaron atrás las páginas de almanaques y calendarios temiéndose lo peor. El viejo Mark había nacido un buen día de 1835, momento en el que el cometa, visible tan solo una vez cada 70 años, dejaba su estela sobre el cielo. Su vida fue un periplo exacto entre las dos llegadas del gran coloso errante del espacio.
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Cuatro siglos antes, en 1504, otro autor de obras científicas, el médico boloñés Bartolomé Cocles, fue víctima de una sincronicidad criminal. En la tarde del 24 de septiembre recibió en su consulta a un hombre aparentemente normal, a quien jamás había visto, y que parecía atormentado por dolores y males varios. Amante de la quiromancia y la alquimia, Cocles se animó a confesar al paciente que veía una nube negra, un temor profundo envolviendo su anatomía; un presagio de muerte. Tras permanecer varias horas con él realizó un diagnóstico extraño: aquel hombre, quién sabe si poseído por una fuerza desconocida, podía tener un ansia sanguinaria esa misma noche. Le recomendó ingresar en un sanatorio. Cuando la luna ya brillaba sobre las callejas de la zona medieval, el médico fue brutalmente masacrado a golpe de puñalada. El criminal fue detenido días después: era el hombre al que el propio galeno le había vaticinado la consumación de un asesinato.
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De haberlo sabido, David Janssen, protagonista de la serie El Fugitivo, hubiera procurado, muchos siglos después, no soñar aquella terrible escena. En una noche de pesadillas, el hombre se vio a sí mismo con un traje de alpaca negra y gruesa, con las manos cruzadas sobre el pecho y dentro de un viejo ataúd. Se escuchaban voces que, entre llantos, afirmaban que había caído fulminado por un ataque al corazón. Lógicamente impresionado, Jensen retrasó un nuevo rodaje para visitar a su médico de confianza. En la ciudad sanitaria le dijeron que no debía preocuparse: su organismo funcionaba como un reloj de precisión. Sin despejar del todo las tinieblas de su mente, el actor comentó a su familia el fatídico sueño y se acostó. A la mañana siguiente, un repentino infarto de miocardio lo dejaba postrado en el suelo. Llegó cadáver al hospital y a las dos jornadas reposaba con traje oscuro y las manos cruzadas sobre un ataúd entre el desconsuelo de sus colegas y allegados.

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