Sed misericordiosos como
vuestro Padre es misericordioso
(Lc 6)
En los tiempos de los
primitivos monasterios de monjes circuló una leyenda, que ha llegado hasta
nosotros en diversas versiones y modalidades. En esencia, podría ser esta:
Se avecinaba un invierno
duro. Y antes de que llegaran las nieves, los monjes bajaban a recoger leña
para subsistir en los meses siguientes. Era aquel un lugar de inviernos fríos y
veranos calurosos. Cuando sucede esta historia eran días de mucho calor.
Un monje ya anciano también
recorría aquel largo trayecto semidesértico para recoger su porción de troncos,
que debía calentar su fría celda cuando llegara el invierno. Al calor de la
estación se unían sus años, y la tarea se le hacía dura. Esta marcha era aliviada
a la vuelta, cuando al caer la tarde se hallaba ante una buena fuente que le
refrescaba y le devolvía la vida. Pero un día pensó que sería grato al Señor
ofrecer como penitencia pasar de largo y no beber de aquel manantial. La
primera noche de su ofrenda, al mirar el cielo, descubrió un nuevo lucero
brillante en el firmamento, que le miraba y sonreía. Este insólito suceso le
llenó de un gozo inmenso. Todos los días en que hacía el sacrificio de no beber
se producía esa maravilla: una estrella nueva en el cielo que le agrandaba el
corazón. Hasta le parecía que, al verla, se le apagaba la sed. El Señor le
mostraba de esta forma la aceptación de su sacrificio. Le manifestaba que
estaba contento con él y con su penitencia. Nada podía alegrar más el corazón del
anciano monje.
Pero un día le acompañó un
joven novicio poco acostumbrado a esos trabajos, y al llegar cerca de la fuente
sus ojos brillaron de satisfacción. Allí podría calmar su sed, pero esperó al
monje de más edad. Este comprendió que, si él no bebía, tampoco lo haría el
joven. Dudó qué debía hacer. Le producía tanto gozo su estrella, que le
daba mucha pena renunciar a verla aquella noche. Le parecía que la estrella era
la sonrisa de Dios, que le dirigía a él, solo a él.
Pero si él no bebía, el joven
tampoco lo haría, eso era evidente. Decidió beber para que lo hiciera el otro.
Miró después al firmamento con la resignación de no ver esa noche aquella
muestra del Señor, que le hablaba a través de las estrellas. Pero su sorpresa
fue muy grande, y mucho mayor su alegría, porque en el cielo aparecieron
aquella noche dos luceros que le sonreían. Nunca estuvo tan contento.
Aquel día comprendió el
santo monje que el Señor no ama el sacrificio por el sacrificio, sino el amor a
Dios y a los demás, que se expresa de muchos modos: en las muestras de
penitencia, pero mucho más en la caridad que hemos puesto en ellas. Es el amor
el que mide el valor de los pequeños sacrificios ofrecidos a Dios. Por eso,
muchas veces, el esfuerzo por hacer la vida un poco más amable a quienes nos
rodean, sonreír aunque no tengamos ganas, ser afables y cordiales, pueden ser
mortificaciones muy gratas al Señor. En nuestro cielo se encenderán tantas
estrellas como sacrificios hayamos hecho en favor de los demás, como obras de
misericordia. Esta virtud «es el lustre del alma, la enriquece y la hace
aparecer buena y hermosa».
Todas las muestras de
penitencia y de mortificación hemos de unirlas a los padecimientos de Cristo en
la Cruz, y así adquieren un sentido corredentor a favor de los demás. Nuestra
mortificación, de un modo o de otro, está siempre ligada a la caridad.
Esta noche, a la hora del
examen, ¿cuántas estrellas encontraré en mi cielo?, ¿cuántas sonrisas
benevolentes del Señor?
2 comentarios:
Leyendo tu post Tere recordé esto: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (1 Cor 13:1-3).
Creo que resume todo lo que dijiste, nada más que agregar solo que me gustó mucho lo escrito!
Dios te bendiga Amiga!
Todo lo que hagamos en esta vida Andrea, creo que se resume en "¿Lo hiciste con amor, o no?"
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