Jesús inicia su predicación invitando a un cambio profundo, a una autentica conversión: “El reino de Dios ha llegado: conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1, 15).
La invitación es clara: hay que cambiar la forma de vivir, aceptando los valores del Evangelio.
El tiempo de la Cuaresma es el más indicado para pensar en serio sobre la necesidad que hay de corregir nuestras desviaciones. Para esto nos ayuda mucho volver a leer y meditar la parábola del “Hijo Pródigo” (Lc. 15, 11-32).
Quizás sería mejor llamar a esta parábola “El Padre del hijo pródigo”, porque lo que más resplandece es la bondad tan grande de este padre que anula todas las faltas del hijo. Además, esta parece ser la finalidad de la parábola. Pero la atención de los lectores va hacia la “crónica amarilla”. Nos complacemos más en detenernos en los errores del hijo que en la bondad del padre. Esto quizás sucede a que nuestra personal experiencia se asemeja más al extravío del joven, que al amor que le tiene el padre. No obstante, para salir de nuestra situación de pecado, es necesario saber que nuestro Padre Dios nos espera con los brazos abiertos y nos brinda una fiesta si regresamos a él, porque “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse” (Lc. 15, 7).
La misericordia de este padre resalta más en el contraste de sus sentimientos con los del hijo mayor. Ester no es capaz de perdonar a su hermano. Y mientras todos hacen fiesta, el queda fuera lleno de coraje y amargura. Su egoísmo le impide gustar la alegría de quien ama.
A la luz de la gran bondad del Padre, a nosotros nos quedan dos posible situaciones: la del hijo menor que siente el fracaso de sus desvíos y la confianza en el perdón del Padre, o la del hijo mayor que no reconoce ninguna culpa, presume derechos, reprende al padre por su bondad y no sabe perdonar a su hermano.
Como vemos, la situación inicial cambia totalmente: el malo, porque se arrepiente, se vuelve bueno; y el bueno, porque no sabe imitar a su Padre, se vuelve malo. El primero entra en la casa paterna y goza de la fiesta; el segundo queda fuera y se revuelca en la amargura de su egoísmo.
Estamos en tiempos para pensar en serio el lugar que queremos ocupar. La cuaresma en un tiempo fuerte de reflexión para doblegar nuestro orgullo y tomar una decisión: me levantaré de mis miserias e iré al padre, para confesarle mis extravío: “He pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus siervos”. Esta confesión la podemos hacer a los pies de los ministros de Dios, para recibir con la absolución sacramental el perdón de nuestros pecados.
Esta justificación nos ayudará a comprender mejor el lenguaje del Evangelio y volver a empezar una vida auténticamente cristiana.
No se trata de hacer una pausa en nuestro caminar para rehacer las fuerzas desgastadas por los pecados. La confesión no solo perdona los pecados, sino que da la gracia para volver a empezar con más experiencia el camino del Señor.
Volver al padre es iniciar una vida diferente a la de antes, con más humildad, caridad y espíritu de sacrificio.
Pensamientos:
“La conversión de los hombres es obra de Dios; y el medio más eficaz para que el hombre llegue a Dios, es su Palabra”.
“No hay culpas, por grandes que sean, que su infinita misericordia no pueda borrar. Ante Dios, todo el que se considera pecador encuentra aliento de vida nueva”.
“La gran conversión no llega con sueños, sino con el cambio de vida, mediante la lucha de cada día”.
Preguntas:
¿Crees que con tu conversión puedes causar una gran fiesta en el cielo?
¿Estás pensando en serio en una conversión profunda de tu vida?
Además de una buena confesión con la que vas a empezar una nueva relación con Dios, ¿no conviene programar nuevas relaciones con el prójimo?
Oración.
Señor, Padre Santo, tú que eres el amor infinito, y que estás siempre con los brazos abiertos para acoger al pecador arrepentido, ayúdame a vivir un proceso cristiano de conversión para levantarme constantemente de mis miserias y proceder hacia tui con sentimientos de humildad y confianza en tu amor.
Te lo pido, por Jesucristo nuestro Señor y por intercesión de María Santísima.
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