Hace unas semanas encontré esta historia entre un montón grande de papeles que solíamos utilizar en nuestro querido grupo de oración. Este día lo he transcrito tal cual lo encontré.
Espero que sea de su agrado y utilidad la siguiente historia.
¿Un nacimiento sin el Niño Jesús?
Cada Navidad coloco con orgullo uno en mi hogar. Para mí es un recuerdo de una Navidad en que compré un nacimiento roto.
Yo estaba amargada y descorazonada aquel año, porque mis padres, después de 36 años de matrimonio, se estaban divorciando. No podía aceptar su decisión de separarse. Mis pensamientos estaban constantemente llenos de recuerdos de mi infancia: enormes árboles de Navidad, decoraciones brillantes, regalos especiales y el amor que compartimos como una familia unida. Cada vez que pensaba en aquellos momentos estallaba en lágrimas, pensando que nunca volvería a sentir el espíritu de la Navidad otra vez. Pero por mis hijos, decidí hacer un esfuerzo y me uní a los compradores de último minuto.
Entre tropezones, empellones y quejidos, la gente tomaba cosas de las repisas y los estantes. Las luces y los adornos para el árbol de Navidad asomaban de las cajas abiertas y las pocas muñecas y muñecos de peluche que estaban en las casi vacías repisas me recordaban a los huérfanos abandonados. Un pequeño nacimiento había caído al piso frente a mi carrito de compras y me detuve para ponerlo en la repisa.
Después de ver la interminable fila para pagar, decidí que no valía la pena el esfuerzo; y ya me había hecho a la idea de irme cuando repentinamente escuché una voz fuerte y chillona al otro lado del anaquel.
- ¡Sara! ¡Sácate eso de la boca ahora mismo o te voy a dar una bofetada!
- ¡Pero mamita! ¡No me lo estoy metiendo en la boca! ¿Ves mamá? ¡Le estoy besando! ¡Mira mamita es un niñito Jesús!
- ¡Bueno, no me importa lo que sea! ¡Colócalo en su lugar ahora mismo! ¿Me oíste?
- Pero ven a ver mamita –insistía la niña-. Está todo roto. ¡Es un pequeño pesebre y el niñito Jesús se rompió!
Mientras escuchaba esto, me descubrí sonriendo y queriendo ver a la pequeña que había besado al Niño Jesús.
Tenía como cuatro o cinco años de edad y no iba adecuadamente vestida para este clima húmedo y frio. Sus trenzas estaban atadas con pedazos de estambre de colores, haciéndola lucir alegre a pesar de su andrajoso atuendo.
Con renuencia, dirigió la mirada hacia su madre. No estaba prestando ninguna atención a la niña, sino que buscaba ansiosa las etiquetas de los abrigos de invierno en el estante de ofertas. Ella también vestía andrajosamente y sus rotos y sucios tenis estaban mojados por la nieve que se había derretido.
- ¡Mamita! –Le decía la niña-, ¿no podemos comparar este Niñito Jesús? Podríamos ponerlo en la mesa, junto al sofá y podríamos…
- ¡Te dije que soltaras eso! –Interrumpió la madre- ¡Ven aquí inmediatamente o voy a darte una paliza! ¿Me oíste?
Enojada, la mujer fue tras la niña. Yo me di la vuelta no queriendo ver lo que esperaba: que castigara a la niña como había amenazado.
Pasaron unos segundos. No hubo movimiento ni regaños; sólo un completo silencio. Confundida, esperé nuevamente y me sorprendí al ver a la madre arrodillada sobre el piso sucio y mojado, apretando a la niña contra su cuerpo tembloroso. Trataba de decir algo, pero solo podía emitir un desesperado sollozo.
-¡No llores mamita! –Suplicaba la niña-. Poniendo sus brazos alrededor de su madre, se disculpaba por su comportamiento. –siento haberme portado mal en esta tienda. ¡Te prometo que no pediré nada más! Ya no quiero a ese Niñito Jesús. ¡De verdad que no lo quiero! Mira, lo pondré en el pesebre. ¡Por favor, no llores más mamita!
-¡Yo también lo siento cariño! –respondió la madre finalmente-. Tú sabes que no tengo suficiente dinero para comprar nada extra en este momento. Solo estoy llorando porque quisiera poder hacerlo, por ser Navidad, y todo eso, pero te apuesto que en la mañana de Navidad, si prometes ser una niña buena, encontrarás esa vajillita que pediste hace tiempo, y quizá el próximo año tendremos un árbol de Navidad de verdad. ¿Qué te parece?
-¿sabes qué mami? –dijo la niña animadamente-. En realidad ya no quiero este Niñito Jesús. ¿Sabes por qué? Porque mi maestra del catecismo dice que Jesús realmente vive en tu corazón. Estoy contenta de que Él viva en mi corazón. ¿Tú no mamá?
Miré cómo la niña tomaba a su madre de la mano y juntas caminaban hacia la salida de la tienda. Sus palabras simples, dichas con emoción resonaban aun en mi mente: ¡Él vive en mi corazón!
Miré el nacimiento. En ese momento me di cuenta de que un bebé nacido hace dos mil años todavía camina junto a nosotros, haciendo notar su presencia, trabajando para hacernos superar las dificultades de la vida. Si sólo lo dejáramos…
-Gracias Dios mío –comencé a rezar-. Gracias por esa maravillosa niñez llena de recuerdos preciosos y por haber tenido padres que me brindaron un hogar y que me dieron el amor que necesitaba durante los años más importantes de mi vida. Pero más que nada, gracias por darnos a Tu Hijo.
Rápidamente recogí las piezas del nacimiento y me acerqué de inmediato al mostrador. Busqué a una de las dependientas y le pedí que le diera la figura del Niño Jesús a la niñita que estaba a abandonando la tienda con su madre, y le dije que yo pagaría luego. Observé cómo la niñita aceptaba el regalo y luego daba otro beso al Niñito Jesús mientras salía por la puerta.
El pequeño nacimiento roto me recuerda cada año a una niña cuyas simples palabras tocaron mi vida y transformaron mi desesperación en seguridad y alegría.
El Niño Jesús no está, por supuesto; pero cada vez que miro el pesebre vacío sé que puedo contestar a la pregunta:
¿Dónde está el Niño Jesús?
¡Él está en mi corazón!
(desconozco el autor)
Diciembre de 2000
Grupo de Oración
“La Sagrada Familia”
2 comentarios:
Hola Tere. Hoy nos has traído un texto bonito y significativo de lo que es la Navidad. Si de verdad creemos que el Niño Jesús vive en nuestro corazón, deberíamos darnos cuenta de que siempre es Navidad!! Un abrazo.
Así es Elige.
Y también me hace pensar acerca de los preparativos externos e internos que acostumbramos hacer en estas fechas y la prioridad que le damos a cada uno.
Muchas veces ponemos lo externo por encima de lo interno.
Un saludo.
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